DUALCILLO: COMER

COMER.

(Del lat. comedĕre). ¿Os acordáis cuando, hace ahora cerca de 3 años, el simple hecho de oír hablar de comida, me provocaba malestar y agobio? Es, sencillamente impresionante, que ha cambiado ese hecho en mi vida.

Pasar de no querer saber de cocinar más que un arroz blanco que no atormentara a Segis a disfrutar realmente de meterme entre fogones y cacharros experimentando con salsas y todo tipo de ingredientes y sabores.

Dicen que el apetito está ligado al estado de ánimo de uno. No solo es cierto, sino que lo suscribo, a pesar, evidentemente, de que no tengo apetito como tal, tras todo el follón del estómago. Los pobres Pascual y Marc miran mis platos de gordo, cuando salimos a comer fuera ya casi devorados (a mi ritmo) y no puedo evitar reírme al recordar lo que me costaba el terminar con ellos, con ellos estratégicamente situados a mi vera, para no desperdiciar nada ayudándoles a ser unos gorditos profesionales.

Enric, Adán, Viki, con ese refuerzo positivo aplaudiendo al acabar con la dosis infantil de pasta del lugar de turno, el orgullo de leer en sus miradas “lo que nos estás costando de criar, hijo”. Madre preguntándome por el pedazo de pollo más pequeño en el plato, o Abu preocupada porque su nieto, “el que vive en Londres”, no come como un niño siquiera.

En las salidas a correr y las carreras de larga distancia, el cerebro pide interacción e introspección y justo sucedió en el 20k Dales Trail Series del sábado aquí cerquita, en Reeth, correteando montaña arriba y abajo. El cuerpo marca el ritmo con la respiración y el cerebro conecta con lo más profundo de tu mente. ¿Sabéis cuál fue la conclusión que saqué? Estoy comiendo mucho, sí, cada vez que termino una de estas trastadas o la sesión de crossfit de los jueves, pero aún mejor que eso. Me ha vuelto el apetito, tengo hambre, mucha, de comerme el mundo.

Gusa de probar los sabores de correr en North Yorkshire, de dejarme caer desde lo alto de los volcanes de Nicaragua, llenándome a full los pulmones de libertad y un toque de locura trotando la Transvulcania. Todo ese tipo de animaladas que solo se te cruzan en el camino y te sientes preparado para ello al liberar la mente. Me ha costado 30 años y muchos, muchos golpes pero he descubierto el poder de la ambición. Las ganas de colocar el doble check en una lista de cosas para hacer que va creciendo conforme voy cumpliendo voy tachando otras.

Jugar esta interesantísima partida de ajedrez, comerme las piezas que la vida deja desprotegidas y como peón que soy, llegar al final del tablero y cambiarme por la pieza perdida que más valoro. Dejar de ser ese peón y tomar las riendas del caballo para recorrer el terreno con la perspectiva del que sabe que ha vencido, a su manera, lo que se ha ido encontrando por el camino, con la certeza de que al ir a más, los retos serán mayores. Sonreír sabiendo que a mayor reto, mayor recompensa. Galopar a por él.

Ven. Recoge los ingredientes conmigo confundiéndonos entre los olores del mercado. Cocinemos y comámonos lo que venga. 

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